Puente de Mahoma – Aneto

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Texto: Narciso de Dios Melero. T.D.M.M., U.I.M.L.A., T.D.A.M. T.D. Escalada.

El paso de Mahoma no existe

La Historia del Aneto, su descubrimiento y su primera ascensión son tan apasionantes que merecen un artículo… pero lo dejaremos para otra ocasión. Hoy vamos a esclarecer un error que ya lleva demasiado tiempo aferrado en nuestro vocabulario alpino: el por qué se llama Puente de Mahoma… y no Paso de Mahoma, aberración esta que tomó carta de naturaleza en la segunda mitad del siglo XX, cuando ningún escrito o mapa anterior autoriza a ello.

El 20 de Julio de 1842 el miliar ruso Platón de Tchihatcheff y el botánico francés Albert de Franqueville alcanzan por fin la cima del Aneto acompañados de varios Guías y cazadores de Luchón. Después de algún infructuoso intento de ascensión por las rocas desde el Collado de Coronas, se percatan de que no existe otra posibilidad razonable que ir, precisamente, por ese glaciar que querían evitar. Así, cuando los esforzados montañeros llegan a lo que creen la cima (es la tercera jornada desde que salieron de Luchon), aún les resta una sorpresa final. Franqueville, tres años después de esta ascensión hará un hermoso relato, impregnado del romanticismo propio de la época. Escribe Franqueville:

“una cima aguda, descarnada, libre de nieve, se eleva prolongándose como una flecha, a siete u ocho metros del lugar en el cual nos hallábamos. Estábamos separados del Pico de Néthou por una arista extremadamente aguda, para colmo de dificultades la cima de esta arista está obstruida por fragmentos de granito disgregados por la helada o dislocados por el rayo y muy peligrosos a causa de su inestabilidad. Este Puente de Mahoma es la única vía que se nos ofrece para llegar al objetivo hacia el cual vamos desde hace tanto tiempo”.

“Este Puente de Mahoma…” aquello no fue más que un bello adorno literario, que hacía referencia a un conocido pasaje del Corán en el que aparece la palabra cirât, es decir, puente. A este respecto, para entender en todo su significado la metáfora, debemos acudir a los versículos del Corán: “Una vez emitido el juicio, los hombres pasan, camino del Paraíso, por un puente, más fino que un cabello y más afilado que un sable. Los buenos lo atraviesan con la velocidad del relámpago, los réprobos caen al infierno”.

Podemos concluir que la frase “Este Puente de Mahoma” fue sólo una metáfora literaria de Franqueville. Es, en efecto, una hermosa metáfora tan propia de los textos románticos, y que poniéndola en relación con la cita del Corán adquiere su pleno significado, su genuino sentido, toda su belleza… ¡por eso es un disparate traducir Puente por Paso! Ya el gran investigador pirenaico Jean Escudier destaca en su magnífica obra “El Aneto y sus hombres”, el aspecto metafórico de la descripción que hace Franqueville, y luego, como bien dice Escudier, algo que sólo fue un adorno literario sin más pretensiones, tomaría tal carta de naturaleza que bautizó a uno de los pasajes más míticos del Pirineo… aunque, tiempo después, algunos le desvirtuaran con el sin sentido de “Paso de Mahoma”.

Desmontando un error… que ya lleva demasiado tiempo tomado por verdadero

Este absurdo nombre de Paso de Mahoma ha tenido tal éxito, que hasta muchos de los propios habitantes de Benasque y su Valle ignoran el verdadero y su poética procedencia. Y peor aún, muchos libros que se tildan de históricos también reseñan erróneamente a este mítico pasaje, empecinados en denominarle Paso en vez de Puente. Y si a alguno de estos, pertinaces del error, se le da la explicación histórica del origen del nombre, es decir, se le cuenta el escrito de Franqueville y su descripción poética sobre ese trozo de arista, aún más tozudos en un error que no quieren corregir, te sonríen a la cara añadiendo otro sinsentido: “no me llames puente si ojo no tengo”. Pues no, el Puente de Mahoma no tiene ojo alguno, ¡no puede tenerle! Repitamos que se trata de una metáfora poética del autor del relato de la primera ascensión, metáfora que, lamentablemente, parecen ignorar hasta muchos de los Guías de Montaña.

Es fácil comprobar cómo los escritos románticos están llenos de metáforas o tropos: el rubí de tus labios… las perlas de tus dientes… ¿quiere eso decir que aquella señora tenía una joyería en el rostro? ¡Claro que no! Son, simplemente, bellas expresiones poéticas que tratan de ensalzar la hermosura. También las montañas están llenas de nombres que no parten más que de expresiones poéticas… o de leyendas, que es otra forma de poesía. Así, existen montañas con el nombre de La Mujer Muerta, sin que allí existiese nunca una dama fallecida; o Els Encantats, los Encantados, sin que exista magia o encantamiento alguno. Muchos serían los ejemplos a este respecto: una cosa es el origen del nombre y otra bien distinta tratar de llevar el nombre a la literalidad, es decir, creer que si se llama Mujer Muerta es porque allí hay una dama fallecida o que en Els Encantats hay encantamiento alguno. Esta explicación es aplicable a la metáfora, poética y hermosa metáfora, de Puente de Mahoma, que nadie con un mínimo de rigor debiera de tomar en sentido estricto; como nadie tomará en sentido estricto la poética imagen de la señora de dientes de perla y labios de rubí… o la muerta o el encantamiento.

Dada la explicación, amigo lector, ahora me permitirás que te involucre en esto: ¿estás dispuesto a corregirte y a corregir a aquellos que te rodean?… ¿O mejor mirar para otro lado?, pues, a fin de cuentas, ¡qué más da! ¿Acaso tiene importancia cómo llamemos a las cosas? Pues sí, sí la tiene, aunque alguno crea que resulte indiferente decir; Aneto que Nethou, o Calatayud que Catalayús, o Madrid que Madriz.

Ya perdimos la batalla con el Monte Perdido… nuestras Treserols o Tres Sorores. ¿No es un sarcasmo que la montaña que más y mejor se distingue desde más lejos en Aragón haya pasado a la historia con ese absurdo apelativo de monte perdido?… ¡perdido para los franceses, que a este lado de la muga bien clarito lo tenían nuestros mayores! A mi juicio, sólo es un problema de respeto y rigor… de respeto y rigor históricos.

Decía Edgar Allan Poe que “tal vez sea la propia simplicidad del asunto lo que nos conduce al error”. Sí, amigo lector, como canta Joan Manuel Serrat en una de sus hermosas canciones, “nunca es triste la verdad… lo que no tiene es remedio”. Y, se empeñen lo que se empeñen los desvirtuadores de la historia, los escritores de libros poco rigurosos con el pasado y ahora un puñado de políticos oportunistas con los nombres de los tresmiles aragoneses, el nombre de esa mítica arista que lleva al punto culminante de los Pirineos es PUENTE DE MAHOMA. Lo demás, lo demás son absurdos sin rigor alguno, absurdos que tergiversan la Historia y la Cultura… algo, por otra parte, muy propio de nuestros días.

Vuelvo a preguntarte, querido lector: ¿hasta qué punto estás dispuesto a defender la historia de nuestras montañas?, ¿hasta qué punto eres capaz de aceptar un error que, por más años que lleve asentado, no deja de ser sino un absurdo error? Decía Paul Joseph Goebbles, un Ministro de Propaganda de la Alemania nazi de Hitler, que “una mentira repetida mil veces… se convierte en verdad”. No consientas tal disparate. Ahora que sabes la verdad, ¿seguirás empeñado en abonar esa aberración? Como Guía de Montaña nunca debería serte indiferente cómo llamemos a las cosas. La historia de las montañas, de nuestras montañas, forma parte de nuestro patrimonio cultural. ¿No deberíamos hacer algo por defender ese patrimonio? Nuestra es la responsabilidad de su conservación y exacta transmisión a las futuras generaciones. Porque, como enseñaba el maestro Francisco Giner de los Ríos, “el paisaje es un bien cultural”; a lo que yo me permito añadir, que “¡y su Historia, también!”.

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